En Veracruz, el pueblo ya no sólo pone al alcalde… falta poco para que lo reemplace cuando deja de servir. Por lo mientras, ahora lo exhibe, porque lo ocurrido en Tezonapa es más que una anécdota pintoresca de linchamiento a medio machete: es una radiografía de lo que pasa cuando el hartazgo le gana a la paciencia y los ciudadanos se ven obligados a hacer el trabajo que las autoridades abandonaron… o solaparon, porque si los agentes de Tránsito estaban para servir –y no para servirse–, nadie se los explicó y el primero que tenía que hacerlo, ¡era el alcalde! Demos el beneficio de la duda: Sí les dijo de qué iba el asunto como Tránsito municipal, pero el mensaje no les entró ni por el radio de la patrulla que terminó chamuscada.
El pueblo sacó a los agentes, los planchó con la hoja del machete –literalmente– y le metió fuego a las patrullas. Una escena que parece salida de un levantamiento, pero que en realidad es una expresión brutal de frustración. Se cansaron. Pobladores, proveedores, repartidores: todos igual de hartos, todos igual de ignorados por un alcalde que, o no estaba al tanto, o estaba demasiado cerca de los beneficiarios de esos abusos. Y mientras, desde Xalapa, los flamantes responsables de la política interior –el secretario de Gobierno Ricardo Ahued, alias El Conserje, y su subsecretario José Manuel Pozos– guardan un silencio que parece más protocolo que omisión. Como si el fuego en Tezonapa también les chamuscara la responsabilidad.
¿Y qué sigue? ¿Alguien va a actuar contra los agentes? ¿Se va a llamar a cuentas al alcalde? ¿O vamos a esperar a que otro pueblo se autogobierne por las malas? Porque si esto pasa en Tezonapa, la pregunta incómoda es: ¿cuántos municipios más están igual o peor?
Caso dos. En Palenque Palotal, Córdoba, los vecinos detienen a un ladrón de motos, lo amarran como puerco y lo entregan. El mensaje es el mismo: si la autoridad no llega, el pueblo no espera. Es la justicia con soga en mano, como en los viejos westerns… sólo que sin música de Morricone, y sí con celulares grabando. Porque aquí la indignación es tendencia, y la ley, opcional.
Y mientras el pueblo actúa, el caso más doloroso es el que no tuvo oportunidad de defensa. El cuerpo sin vida de la maestra jubilada Soledad Chiu Pablo fue hallado en Cosoleacaque. Había desaparecido desde el 13 de junio. Académica, colaboradora del INE y del OPLE… y víctima de lo que parece ser un feminicidio. “Otra más”. Porque en Veracruz, la violencia contra las mujeres es ya una sombra permanente. Y lo más triste es que, a estas alturas, lo primero que se espera es que al menos encuentren al responsable. Como si eso bastara.
Porque el problema no es sólo atrapar al agresor. El problema es que la prevención sigue siendo una palabra decorativa en los discursos de seguridad y género. A pesar de las alertas, las campañas, los hashtags… la violencia sigue. Como si se hablara en otro idioma. Como si aquí, en Veracruz, lo que realmente nos costara trabajo entender no fueran los crímenes… sino el respeto.
Y así, entre linchamientos, nudos de justicia vecinal y feminicidios que se apilan en los archivos forenses, el veracruzano vive una paradoja: exige justicia, pero muchas veces tiene que fabricarla con sus propias manos. Como en Fuenteovejuna. Sólo que aquí no hay Comendador… ni Reina que imparta justicia.